Es curiosa la librería que tenemos todos en casa. De lo más variada. Sin embargo hay que tener cuidado con los libros que elegimos para que la compongan, porque alguno de ellos puede marcar nuestra vida, y no tiene por qué ser para bien.
En las librerías hay todo tipo de libros, desde los que te han llegado al alma hasta los que han pasado sin pena ni gloria o que simplemente ni has terminado de leer por puro aburrimiento.
Todos vamos a la librería y compramos libros nuevos que nos llevamos a casa para disfrutarlos, esperando encontrar en sus páginas nuevas aventuras, historias que te emocionen, que te hagan sentir cosas nuevas.
Esos libros pasan por la mesita de tu cama, y algunos simplemente entretienen un rato. Pero otros…otros enganchan como una adicción. Los tienes que leer todo el rato, no hay momento ideal para parar. Y estas en el trabajo pensando cuando puedes volver a casa a leerlos, porque lo necesitas, porque quieres saber que va a pasar a continuación, porque cuando lo tienes en tus manos, disfrutas tanto que no se puede describir con palabras.
Dentro de esos libros adictivos, hay algunos que no terminan como tu esperabas. Tienen un final tan diferente a lo que habías imaginado, que no das crédito.
Esos son los libros más peligrosos queridos. Esos libros que te dejan tan noqueado con ese giro brutal que te descolocan a tal punto que te resistes a leer las últimas páginas, mientras lees y relees las páginas anteriores intentando ver el sentido a ese final. Estudiando el libro por todas sus vertientes, queriendo entender, buscando los detalles que se te han pasado en la narración que llevan a ese final que a ti no te cuadra.
Pero por más que lees, relees y vuelves a leer, sigue sin cuadrarte. Y ese último capítulo sigue resistiéndose a ser leído.
Y mientras vas a la librería y compras otros libros. Menos densos, más sencillos, más divertidos, pero que te los terminas en una semana como mucho. Y esos los vuelves a dejar en la librería, incluso lo prestas a otros amigos para que lo disfruten con gusto.
Pero cada vez que terminas una de esas narraciones, una de esas que te hacen pasarlo bien, siempre vuelves a la misma, como una droga.
Hay días que te sientes demasiado tonto por no terminarlo y coges el libro y dices “¡¡lo termino, que coño!! ¡Si solo es un libro!”. Pero no. Lo vuelves a dejar en tu mesita.
Y así pasan libros y días, libros y días, y a la librería llega nuevo material maravilloso que te llama la atención, pero tu cabeza sigue en el dichoso libro. O vuelves a leer alguno que te encantó en el pasado, pero ese de la mesita… ese es como una maldición.
Y esos libros solo tienes dos maneras de terminarlos; levantándote con determinación y teniendo claro que un relato no va a poder contigo o dejando que te acompañe hasta la eternidad sin terminarlo jamás.
La primera opción es la válida, porque después, uno puede volver con ora cara a la librería, sin buscar nada, sin esperar nada, solo dejando que los libros te busquen a ti. Porque hay libros que llegan a ti, no sabes como, de repente lo has comprado.
Y esos que te han obsesionado, que te han hecho perder la cabeza, el tiempo, la tranquilidad, que necesitabas leer sin terminar, que te daban miedo, que te generaban in seguridad sobre tu capacidad de comprender, lo mejor es llevarlos a la biblioteca pública, para que pase de unas manos a otras sin pena ni gloria. Así se da uno cuenta de que no era para tanto.
Porque como dice mi amiga Sonia Cervantes, lo único claro en esta vida es que pase lo que pase, nunca pasa nada.